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Tomo I
Capítulo Tercero
Por Mario Luis Altuzar Suárez
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Los Sueños, Frontera Dimensional Ha sido un retiro
largo, el que estuvo Hebert con sus principiantes y regresan de la montaña
con mucha reflexión sobre ellos mismos: ¿Cómo lograr tocar esa Fuerza
Universal, de la que tanto le ha hablado el Maestro? ¿Cómo él lograba tocarla
tan fácilmente? Y ¿qué era eso tan fuerte que hacia que los invitara a
acercarse cada vez más? En este retiro que vivieron, hubo
muchos eventos en los cuales tuvieron que enfrentarse. Aquí, Merlín tocó el
fondo de su interior. Descubría toda la pobreza y abandono que se tenía
asimismo. Nostálgico, estaba sentado en el bosque, pensando en él mismo.
Ahora no era el egoísmo ni la vanidad lo que reinaba sino la pobreza y la
miseria en las que él nunca se había percatado. ¿Cómo aconteció esto? Empezó a
recordar paso a paso de este retiro: Cuando fueron a bañarse y a reconciliar
con el agua y retomar su fuerza para estar puros, recibieron los baños con
ayuda de otros hermanos que estaban atentos a ayudarles a este encuentro. ¡Esos baños con flores y yerbas
aromáticas! Recuerda muy bien qué lo que más percibió es que tenía: Romero,
clavo, pimienta, toronjil, nardos y ámbar, y era para neutralizar todo tipo
de energía negativa que pudiera obstruirles. Sudaron con ayuda de esas aguas
aromáticas y purificaron sus cuerpos. Recuerda como sintió el
desprendimiento de la tensión y de malestares que él consideraba internos de
su cuerpo. ¡En muchas ocasiones había liberado a muchas personas, más nunca
pensó que él pudiese estar contaminado! Ya que se sentía muy bien. El
cansancio lo atribuía al exceso del trabajo, al sueño y a veces esa pérdida
de memoria atribuida a la misma presión de mantenerse siempre alerta al
cuidado de su Rey. ¡No pensó que alguien pudiera tocarlo! Sin embargo, ahí descubrió que
estaba contaminado al sentir esa liberación. Su mente quedó fresca, su cuerpo
relajado y lleno de energía. Una experiencia agradable. Pasaron al sahumerio para que
pudieran liberar también el cuerpo etéreo. Habían transpirado bastante, ahora
era el cuerpo etéreo al que tenían que liberar. Recuerda el olor de las
maderas de caoba y de cedro, salvia. Con eso hicieron un sahumerio, con
resina de ámbar. ¡Que agradables aromas! Sintió como su nuca tronaba y su
cerebro se despejaba. ¡No podía creer que estuviese tan mal! Sin embargo,
sintió como tronaban sus huesos. Recuerda que pensaba que nada pudiese
afectarle físicamente. Pero después de esto, se sintió muy bien. "Las fuerzas obscuras
también son de sorpresa", se decía. ¿Quién podría tocarlo de tal manera?
Su Maestro les había enseñado a reconocer que no hay nadie más fuerte que El
Creador de los Universos. ¡Que jamás lo habrá! Entonces, ¿cómo es que lo
habían tocado a él, trabajando como él trabajaba tan fuerte y entregado a
Dios? Luego recordó, con el fuego: ¡Ese
círculo de fuego en el cual sintió en un momento que ardía, pensando que se
prendía por completo! Más no era así. Era bastante amplio pero era como si
estuviese encendido en él. ¡Alcanzó a percatarse como su cuerpo se elevó en
el aire! Entonces recordaba: Pareciera que cada ocasión, en lugar de ser
menos fuerte se volviese más palpable. Pensó que cuando entrase al fuego, ya
no iba a pasar nada. Los Hermanos que estaban a cargo
de llevar esta armonía de sus cuerpos etéreos y físicos, no se sobresaltaban
en ningún momento, al contrario, de inmediato –una vez que terminó el fuego-
le ungieron de aceite: Su pecho, su nuca, su frente, sus manos y sus píes.
Sintió como que algo se cerraba pero le daba protección. Había sido impresionante lo que
vivió. No vio nada pero todo se podía sentir. Por último recibieron una cena
sencilla: leche con miel y pan con ajonjolí. Después de esto, les entregaron
un líquido viscoso hecho con linaza. ¡Era un vaso completo! Tenían que
tomarlo. Les habían hablado que pasara lo que pasara debían de soportarlo,
pero jamás imaginó que sería tan drástico. ¡Recuerda como le lastimó su
estómago! Había sido tan ligera la cena y la mezcla había sido tan tormentosa
en el estómago que limpió su cuerpo interno. Sudó mucho, le daba calambres,
bajaba la temperatura, su presión, sentía mucho frío, ¡pensó que no amanecía!
Sin embargo, solamente una vez fue que eliminó substancias de su cuerpo que
empezó a sentir alivio. Después de esto, se sintió ¡totalmente ligero!
¡Rejuvenecido! ¡Renovado! ¡Energetizado! ¡Cuanta fuerza tuvo esta
armonización! Se decían unos a otros. Ahí fue en donde entró en
conflicto, ya que mientras estuvo viviendo el tormento de los calambres y
retortijones en el vientre, mientras vivían los dolores de esa purga,
recuerda que quedaba en un sopor profundo y veía perfectamente como lo
atormentaban: Él peleaba con seres dentro de su sueño, pero lo que más le
impresionó fue el momento en que vio que había amigos que le atacaban en su
sueño. No se había atrevido a comentarlo
a su Maestro, ya que vio como uno de sus compañeros le atacaba fieramente. Él
pensaba que era parte de su vanidad y de su ego y no quería contraponer nada
con su Maestro tan amado. Pero se seguí preguntando: “¿Por qué vi a mi Hermano
Enrique? ¡Vi perfectamente como agarraba mi cuerpo, como si fuese yo un
muñeco! Me tapaba mis ojos, ataba mis manos y píes, ¡cómo clavaba en mi
corazón una estaca! Y en mi entrecejo colocaba yerbas. ¿Por qué hizo eso?
¡Esos son trabajos de obscuridad para aniquilar a los enemigos!” Además, para lograr su efecto,
tuvo que hacer invocaciones. ¡Con su sola fuerza no hubiese podido! Y se
reveló varias veces. No había nadie más. Estaba confundido. Tenía en él, el
pensamiento de la pobreza y el desamor que se tenía asimismo y por otro lado
tenía la confusión de que ¿sí se hubiese equivocado en la revelación? No
entendía nada. Respiró profundo y por fin se
decidió a externar sus inquietudes a su Maestro. Necesitaba una explicación.
“A veces es bueno hablar, el poder de la voz es importante, lo ha dicho el
Maestro, es una fuerza que rompe y yo necesito hablar”. Caminó al encuentro de Hebert y
pidió hablar con él en privado. Pensó que no tenían los demás por qué saberlo
si no tenía nada que le constatara lo que había visto. Una vez que se
encontró a solas con él, el indogermánico preguntó: “¿Qué le pasa a mi Querido
Merlín? Te veo con confusión. ¿Es por lo que descubriste de ti?” Y responde:
“No Venerable Maestro, me ha causado confusión saber cuanto me he
menospreciado a mí mismo por mis propios egos. Confusión porque creí que yo
me amaba verdaderamente. Sin embargo, no había vivido nunca un encuentro como
éste. Me siento confundido en otro aspecto”. Y detalla: “Cuando estuvimos en
el retiro y después de la liberación, fuimos sometidos a la purga para limpiar
nuestro cuerpo interior. Recuerdo que entraba yo en momentos de profundos
sopores y me veía luchando como fuerzas obscuras, algo que no es novedad para
mí. Pero lo que me causó mucho impacto, fue lo que vi”. Con amor, Hebert inquiere: “¿Qué
fue mi Hermano? Abra su corazón con su Maestro que tanto le ama y así
encuentre el descanso mi Querido Hermano”. Merlín señala: “No quiero que se
siga confundiendo que es vanidad lo mío. Ya que es algo de mis mayores
defectos y estoy luchando por modificarlos. Si no lo que vi, Maestro, en esa
liberación: Vi a uno de mis Hermanos como me estaba atacando. Con mi cuerpo,
amarrándolo y atacándolo, bloqueando mi pensamiento, mi corazón como
dejándome aniquilado”. El Iniciado interroga: “¿Eras tú?
¿Estás seguro?” El adepto confirma: “¡Sí! Yo veía mi rostro, mi misma
vestimenta, y además yo podía verlo y me veía a mí mismo en ese momento”.
Inquiere el Maestro: “¿Y a quien viste?” El Consejero del Rey dice: “Eso es
lo que me confunde Maestro, ya que este Hermano siempre me ha mostrado
compañerismo y buena estima, pero creo que lo he confundido. No sé si sea una
envidia mía o discordia de que yo no quiera compartir con él”. Hebert ataja: “Bueno, antes de
decirme quien es, dime ¿qué es lo que te hacía? ¿Cómo viste esa parte de ti?” Responde: “Bueno, vi como me
ataban de mis píes y mis manos con lazos negros, como cerraba mi frente
colocando yerbas y lazos negros, en mi corazón clavó una estaca, a mi
estómago lo apretaba fuertemente. ¡Y podía yo sentirlo! ¡Sentía todo eso!
Veía como sus manos me ataban y como me sentía cansado, sin fuerzas para
poder defenderme”. El indogermánico intenta
profundizar: “¿No viste la forma y no escuchaste las invocaciones? El Aprendiz
niega con la cabeza y escucha: “¿Y qué hiciste? ¿Rompiste con eso?” El Mago
señala: “¡No, Maestro! Estaba yo sorprendido de ver que era uno de mis Hermanos
el que me atacaba ¡cómo iba a pensar que yo debería creer en eso!” Lo reprende: “Mal hecho mi
Querido Hermano. Recuerda que esa dimensión es muy importante. Es en donde se
trabajan todas las fuerzas astrales. Es el punto nulo. Es el punto que separa
a las dimensiones”. Merlín acepta: “¡Sí, maestro! Eso
ya lo sé. Pero no me dijo que en ese momento tenía yo que destruirlo. Además,
¿y si me quisiera confundir algún enemigo? ¿Qué alguien busque hacerme creer
que son mis Hermanos los que se contraponen a mí?” Hebert indica: “Bien. A tus
enemigos ya los conoces”. El Mago afirma: “Sí, ya los conozco.” Pregunta el
Iniciado: “¿Son fuertes?” Escucha al joven: “Sí, pero hasta ahorita no han
logrado vencerme”. Hebert explica: “Bien, una manera
que tienen tus enemigos para vencerte, es conociendo tus debilidades y tus
secretos”. Merlín interrumpe: “¡Pero ellos no los saben! Siempre me he
cuidado de que no sepan mis secretos y mis trabajos”. El indogermánico
insiste: “¿A quién se los has revelado?” Cambia el rostro del Aprendiz: “¡Oh!
Maestro. ¡No me diga eso! Que hace que confirme lo que vi”. El Maestro pregunta directo y con
firmeza: “¿A quién fue al que viste?” Y Merlín indica: “Fue a mi Hermano
Enrique. ¡Era él, el que me atacaba!” Se sorprende el indogermánico: “¿Enrique?”
Y su adepto confirma: “¡Sí, Maestro! Lo vi a él. Y he tenido a bien,
enseñarle de mis secretos para que avance bien”. Comenta reflexivo el Maestro:
“Ahí lo tiene mi Hermano. Ahí lo tiene”. El Consejero Real exclama: “¿Y
que debo hacer Maestro? Entonces él no es sincero conmigo. ¡Su honestidad
está enmascarada por la hipocresía! ¿Cómo es que se atreve a estar entre
nosotros! ¡Hay que echarlo de aquí! ¡No puede estar entre nosotros! Además,
hay que recordar que yo soy fuerte, pero a mis otros Hermanos ¡puede
destruirlos!” Sonríe Herbet y señala: “La
vanidad no deja de aflorar, mi Querido Hermano”. Se defiende el interpelado: "¡No
Maestro. Lo digo en verdad.” El Iniciado dice: “Sí es cierto que eres fuerte
y que bueno que te preocupes de los Hermanos. Lo importante ahora es que
encontremos el muñeco o bien, que entres a esa zona en donde te estuvo
atacando”. Aspira profundamente el aprendiz
y dice: “Estoy en sus manos Maestro, sea en mi lo que usted disponga”. Le invita a sentarse en el pasto.
Posteriormente el Maestro lo sumerge nuevamente en un estado alfa. De
inmediato empezó a visualizar y le preguntó: “Platícame Merlín. ¿Qué es lo
que ves?” El Mago narra: “Veo una cueva
obscura. Al fondo se ve luz de antorchas”. Le ordena: “¡Entra, entonces!” El
viajero dice: “Siento mucho frío al entrar, siento mucho cansancio. ¡Como si
fuese a desfallecer!” Lo anima y fortalece: “¡Entra! No tengas miedo. Yo te
protejo en el nombre del Creador de los Universos”. Al entrar Merlín encuentra que no
eran mechas nada más: ¡Hay muchas ceras encendidas! ¡Son tantas ceras que
generan mucha luz! Por un momento piensa que era muy hermoso como lucía. Pero
al fondo están los símbolos de la traición. Pregunta Hebert: “¿Qué es lo que ve
Merlín?” Responde: “Veo los símbolos de los Portales, cruzados por otros que
no conozco”. Hebert inquiere: “¿Qué portal es el que más notas?” Explica el
interrogado: “Son los símbolos del Portal del Norte. Son los que alcanzo a
ver claramente”. El Maestro explica: “Es para desviar la fuerza a la
obscuridad” Merlín indica: “¡Me siento muy
mal, Maestro, aquí hace mucho frío!” Le sugiere su guía: “¡Busca, Hermano,
busca en donde se encuentra la fuerza que te están robando!” El Aprendiz alcanza a sentir algo
de calor cerca de él. Al volver la mirada observa entonces, un muñeco de
trapo y exclama: “¡Soy yo, Maestro! Con mi capa morada que tanto me gusta.
¡Soy yo, Maestro, soy yo!” Y le
ordena el Conductor: “¡Destrúyalo, Hermano, no se detenga!” Al momento de tomar ese muñeco,
Merlín siente como entra el calor en su cuerpo y empieza a destruirlo. Le
pregunta su conductor: “¿Cómo se siente mi Hermano?” Aclara que muy bien y
señala que ya no se encuentra en la cueva. Hay razón: ¡Se ha liberado! Una vez que vuelve en sí, Merlín
se siente consternado: ¿Cómo había pasado esto? Lo había visto en las
personas que había tratado pero, ¿a él, que a él le hubiese tocado vivirlo?
Había sido algo en su interior que lejos de atemorizarle, le agrada mucho. Se
confirma más hacia él mismo al descubrir hasta donde podían llegar las
fuerzas y sus poderes. Hebert le pide que guarde
silencio y que esa experiencia no debería comentarla con nadie. “¡Pero
Maestro! Es que si no lo comentamos, ¿cómo vamos a defender a nuestros Hermanos?”
Le explica: “¡No, mi Hermano! La fuerza se disipa cuando el secreto se
rompe”. ¿Qué significa eso? Para el
indogermánico en sencillo: “Si entre nosotros hay un traidor y usted comenta
la experiencia que hemos tenido, es como si usted mismo entrase nuevamente al
pozo de donde ha salido, y entonces, sus enemigos se cuidarán más de que usted
no salga del encierro impuesto”. Convencido, Merlín dice: “Así se
hará, Maestro. Juro guardar secreto cumplido de nuestros trabajos”. X.-Hebert
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