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Tomo I
Capítulo Tercero
Por Mario Luis Altuzar Suárez
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La Manifestación de la Fuerza Divina Al salir de su casa, Adam estira los brazos y disfruta los
colores matinales del cielo de Gales. Reflexiona sobre la generosidad del
Creador de los Universos y cierra la puerta para dirigir sus pasos al punto de
reunión con los demás adeptos del Maestro Hebert. Siente gozo en su corazón
al recordar las primeras lecciones de Amor y Perdón que ha recibido. Desde que vivía en el campo, cuando su padre se dedicaba al
pastoreo de ovejas, siempre sintió inclinación por descubrir los secretos del
alma, sin encontrar respuestas a sus preguntas. Y al trasladarse la familia a
las inmediaciones del Castillo de Avalón, se enteró de la existencia del
Iniciado indogermánico y solicitó su ingreso a la Enseñanza, tres semanas atrás. Inmerso en sus pensamientos, el joven adepto camina por las
calles de tierra. Cerca de la pila de agua, llama su atención una mujer
madura que, tirada, muerde su manto que le cubre la cabeza, en señal
inequívoca de padecer terribles dolores. Su rostro pálido contrae los
músculos faciales y exhala gritos de dolor, sin que nadie se atreva a ofrecer
su ayuda. El joven se acerca y siente angustia en su corazón al ver el
sufrimiento de la enferma. No sabe que hacer en ese momento. Ha escuchado la
instrucción de su Maestro en el sentido de que si no les solicitan ayuda,
deben evitar intervenir en absoluto respeto al Libre Albedrío de los Hijos del Padre Creador. “Es una Ley
Universal que debemos respetar”, recuerda. Piensa: “¡Dios mío! ¿Qué hago?” Siente la mirada lastimera de
la mujer que se convulsiona en unos segundos de silencio. Adam sabe que
auxiliarle sin petición de por medio, puede ocasionar que karme, o lo que es
lo mismo, que cargue con la pena que ella está llevando encima, aunque es lo
menos que interesa ante el respeto absoluto a las Leyes del Universo. “El Libre Albedrío es la facultad legada por el Creador a sus
hijos, para vivir conforme a su propia voluntad, y a nadie le es permitido
intervenir para imponer el sometimiento así sea para el bienestar de la
persona, si ella no lo pide. Podría incurrirse en cambiar el destino de ese
ser, torcer su sendero lo que conlleva a limitar su crecimiento y por intentar hacer un bien, hacer un mal”. Las palabras de Hebert en la memoria se interrumpen ante la voz
femenina: “¡Oh! ¡Ser resplandeciente! Como un ángel has venido ante mí”. El
aprendiz se desconcierta y voltea a su rededor para ver en donde se encuentra
el ángel, pero, no hay nadie. La mujer estira los brazos y clama: “¡Ven ha ayudarme! Yo sé que tienes el poder para sanarme”. ¿A quién está viendo? Se pregunta con desconcierto. ¿A quién le
está hablando? Solamente está él, señalado por el índice enfermo que confirma
la voz quejumbrosa: “¡Sí! ¡Tú, hombre iluminado! Acércate a mí y cura mis
dolores”. De la sorpresa pasa al enojo. ¿Cómo es posible que esa mujer le
diga eso? ¡Es una osadía considerarlo como un Iluminado! Apenas ingresó a la
Enseñanza y falta mucho para que alcance el Sublime Grado al que hace referencia. Lo niega. Definitivamente, ¡esa mujer no está en sus cabales! Se
tranquiliza al pensar que delira por el fuego de la enfermedad. Comprensivo, se encuclilla para acercarse y observarla. Un
momento que aprovecha la dolorosa para apoderarse de su mano derecha y
acomodarla sobre su cabeza. Adam siente una experiencia extraña. ¡Como si una
fuerza oculta descendiera del cosmos y penetrara por su corona para salir por
la palma de su mano! Al mismo tiempo, la paciente se tranquiliza. Incrédulo, observa que el rostro compungido recupera su coloración
y la temperatura de la testa desciende a la normalidad. El frágil cuerpo se
yergue y le besa la mano al gritar: “¡Me has curado, Hombre Luminoso! ¡La Fuerza de Dios está en ti y El
ha permitido que llegues a mi vida. ¡Me has sanado!” Con un gesto violento la aparta. Está perplejo. Sabe que nada
ha hecho. Solamente se acercó ante los movimientos convulsos y quejidos de la
mujer a quien le recrimina: “¡Calla! ¿Cómo te atreves a decirme eso?” Más, la
recuperada insiste: “La humildad en tu corazón hace que me contestes de esa
manera, pero yo sé que eres un Hombre Iluminado, con mucha Luz y Poder. Mis ojos han sido bendecidos al
permitirme ver en ti, la fuerza de la luz de la vida que me impulsó a pedirte
auxilio. Y escuché tú voz que me decía; Sana y se bendita”. Piensa que la mujer está loca al oírle: “Pude sentir como
penetró en mí toda esa Fuerza que recorrió todo mi cuerpo para hacerle sentir
fuerte. Sentí como me recuperaba lentamente y lo único que puedo decirte es
que eres un ser bendito. ¡Gracias te doy!” Con espanto en los ojos Adam se retira de la mujer porque piensa que puede tratarse de un
ser obscuro que le tiende una trampa para desviarle de sus votos y juramentos
de cumplir con la misión que se le encomendó en el Principio de los Tiempos. Recuerda que apenas inició la Enseñanza y que en las charlas
con sus condiscípulos no ha escuchado nada similar. Además, Irvin que muestra claros indicios de ser el más avanzado, ha
expresado que falta mucho para alcanzar esos niveles. El mismo Merlín se ha
sentido incómodo por sus limitaciones en la curación por imposición de manos
que necesita como Consejero del Rey. "Es la obscuridad que busca
tentarme en la vanidad y desviarme de mi camino espiritual", repite en
su pensamiento Adam y sale huyendo del lugar. ¡Corre! ¡Desea
alejarse de ese lugar! Quiere llegar rápido a donde se encuentran los demás
adeptos y refugiarse para rechazar la impureza que le ha tocado como un
índice flamígero. Sus compañeros observan al recién llegado exhausto y con el rostro descompuesto. Le inquieren preocupados: “¿Qué le sucede a nuestro Querido
Hermano?” El joven aspira profundamente para tranquilizar su respiración y poder empezar a narrar la experiencia reciente. Ernest señala: “Debes tener mucho cuidado, ya que no eres un
Iluminado. ¡Ninguno de
los aquí presentes lo es! El Maestro nos ha
dicho que el Poder de la Sanación nos será dado en su tiempo. Nada es antes ni después de lo
que está establecido. Y debemos ser cautelosos ya que entre más avancemos más
estrecho será el sendero”. Irvin sugiere que puede incurrir en la soberbia de creer lo que
le dijo la enferma. Lejos de encontrar la comprensión, el desconcertado
aprendiz encuentra frases que le confunde más y le señalan, cuando él, lo
único que hizo fue acercarse para atender a una convulsa de gritos
lastimeros. Concede en sus preguntas: “¿Estaré fallando? ¿Incurrí en
soberbia?” Siente un ligero
temblor en las corvas y la contracción de las vísceras al oír a Merlín: “El
maestro se va a molestar mucho, porque te has atrevido a exceder tus límites.
¡Sin ser un Iniciado te quieres comprar con él! ¿Te das cuenta? Atentas
contra la bondad de Hebert”. Titubea al negar esa intensión. Intenta aclarar
los hechos, pero calla por la llegada del indogermánico. El Maestro regala su generosa sonrisa y exclama: “Hermanos míos, ¿qué
sucede?” Pide serenidad ante la participación atropellada de sus adeptos.
Irvin dice: “Que le cuente Adam. ¡Los demonios se están apoderando de él!
Producto de su soberbia”. Hebert pide al temeroso adepto que explique:
“¿Acabas de ingresar a la comunidad y ya está faltando a ella?” “¡No! Amado Maestro, no he faltado”, se defiende el
enjuiciado y hace una crónica detallada de su experiencia. En lo profundo de
su inseguridad, teme que se le excluya de la Enseñanza que tanto buscó. El
conductor sentencia: “¡Ah! Mi Querido Hermano. En ti no hay soberbia ni has faltado a los elevados principios que se te han entregado”. “¿Cómo?” Es el grito unánime de los adeptos. Irvin señala que
se atrevió a curar sin autorización mientras que Ernest considera que
transgredió la Ley Universal. Creen que no oyen bien a su Guía quien ataja de inmediato: “¡No! mis Queridos Hermanos. Adam únicamente usó el poder que ya traía para sanar y
esta mujer pudo ver la fuerza que él tiene, cosa que ustedes no le han visto.
¡Y con valor se enfrentó con su destino!” En las preguntas atropelladas de los aprendices, del
inconsciente aflora la envidia. ¿Cómo que se enfrentó a su destino? ¿Qué no
había transgredido la Ley? ¡Sí se atrevió a imponer sus manos cuando ninguno
de ellos, con más derecho por el tiempo que tenían de recibir la Enseñanza,
no se les había autorizado! No había estudiado lo suficiente y, ¿cómo alcanza
ese grado de desarrollo? ¡Definitivamente, algo raro pasa con el Maestro! “¡Hay consentimiento al arribista!” Una frase que obliga al
silencio. Vuelve su mirada Hebert y descubre a su protegido. Con firmeza
dice: “¡Ah! Mi Querido Hermano Merlín, siempre tan descuidado en sus
comentarios”. El aprendiz se sonroja y avergonzando intenta ocultarse en la
espalda de Irvin. En sus escritos
reconoce que se dejó vencer por los celos y la envidia: “Hebert era como mi
padre y sentí que me desplazaba el recién llegado”. El maestro les ordena callar y les explica que Adam nació con
la Fuerza en él. Sorprendidos por la frase, los adeptos intercambian miradas
y Ernest ironiza: “¿Cómo va a poder cargar la Fuerza? ¡Mírenlo! Es tan frágil. ¡Tan pequeño! ¿En donde podrá
llevarla?” La seriedad del indogermánico inhibe las risas burlonas de los
orgullos heridos. “Al parecer, mi Querido Hermano cierra su entendimiento y su razón a los hechos. Tenemos que aceptar con gozo en nuestro corazón que Adam tiene la Fuerza del Poder Divino y conforme vaya avanzando en la Enseñanza de los Augustos Misterios del Universo, irá descubriendo esa Potestad que le
entregó el Padre Creador. Esa mujer, con su fe al verle, ayudó a que se
manifestara el Poder que ya trae consigo para entregar la Liberación”. Flota en el ambiente, la inquietud. ¿Cómo adquirió esa
Potestad? Todos los allí reunidos tienen más tiempo y no ha logrado
alcanzarla. El mismo maestro exige la aplicación en la enseñanza y disciplina
para poder aspirar a desarrollarla. La contradicción se difumina: “La
adquirió por su evolución en otras vidas en donde se entregó conscientemente
al Padre”. El defendido escucha y en cada palabra aumenta su confusión. No
entiende lo que sucedió y busca discernir la obscuridad de la ignorancia.
Atiende al Iniciado: “Su Espíritu ya viene conectado a los canales que
ustedes apenas están abriendo, de tal suerte que puede penetrar la Fuerza Divina para manifestarse en la curación de las personas”. Irvin aventura: “¿Es un Elegido, Maestro?” Sonríe el
indogermánico al decir: “Todos son Elegidos. Pero aquel que escucha es el que
se entrega. Adam no recuerda en este momento la vez en que se entregó y
escuchó y ahora ha recibido en correspondencia, la Fuerza Divina que deberá entregar a otros. Escogió bien el camino de la
Iniciación en donde podrá desarrollarse más de lo que él mismo no se
imagina”. La explicación es insuficiente. ¿Por qué podría sanar a las
personas tan rápidamente cuando a ellos les pedían paciencia en la espera?
Además, escuchaban que se iba a desarrollar más que ellos que se han
esforzado. ¿No se incurría en alguna injusticia? Hebert ataja: “Sé muy bien lo que están pensando mis Queridos Hermanos. Pero deben saber que hay quienes reciben esa Fuerza
desde antes de nacer y llegan a la edad en que deberán entregarla. Unos más
jóvenes y otros más viejos, pero tienen que entregarse a la Obra Divina. Cumplir el compromiso de iluminar a otros, a sanar, a
liberarlos”. Añade: “Pueden desarrollarse más porque el contacto con su
espíritu ya ha tenido otras experiencias en las que ustedes apenas acaban de
iniciar el camino. Adam, de su entrega en otras vidas, se le permite ahora
manifestarse de esta manera, con esa luz, con esa presencia y con la voz
interna que le habla. ¿Recuerdan? El Padre está en nuestro interior”. Más seguro de sí mismo y con júbilo, Adam expresa: “Cierto es, Maestro. La señora dijo
que escuchó una voz cuando yo no percibí nada”. El iniciado le indica: “Es
que no has puesto la suficiente atención y debes dejar que fluya esa voz
interna para que puedas acceder al Conocimiento y entregar la Sabiduría. Esto, Queridos Hermanos, es lo que sucede cuando van evolucionando”. La pregunta inmediata de Ernest: “¿Nuestro Hermano es entonces,
un Ser ya evolucionado en el Conocimiento de los Sagrados Misterios?” El maestro dice que no necesariamente,
ya que él no lo recuerda. Pero su comportamiento en esta vida no le cierra
los canales ni le limita la manifestación de esa Fuerza Divina. “Lo han premiado y ahora tiene el
compromiso para saberla guiar y evitar confundirse”. Concede la posibilidad de que se adormezcan los centros
internos: “Lo que ya le fue dado, el Padre nunca lo quita. Buscará los medios
para hacernos cumplir con el compromiso que hayamos adquirido con Él, por
libre y espontanea voluntad, ya que a nadie se le obliga a contraer
obligaciones en los diferentes niveles del servicio al proyecto de vida
universal”. Irvin inquiere: “Y en caso de incumplir, ¿qué pasa?” Escucha que volverá a nacer hasta
lograrlo. Merlín sugiere: “¡Nadie se salva entonces!” Hebert, ante la ocurrencia ríe y expresa: “No es eso, mi hermano, pero los compromisos con la Ley Universal
siempre conducen a la dirección con el equilibrio que nos fue dado por el Padre Creador”. ¡Cuantos nacen así en estos tiempos! Llegará el momento en
donde los astros tengan una colocación en el Universo y en las galaxias que
facilitará el que muchos puedan manifestar esta Fuerza, ya sea por su número
de vidas anteriores o por su entrega, y deben estar preparados, porque
integrarán las grandes Legiones que iluminarán al mundo, señala el
indogermánico. Fija la fecha: “Será cuando el planeta esté renaciendo, en la
era más crítica del Universo que exigirá del hombre toda su fe para
sobrevivir en ese estado de agonía por el descongelamiento de los hielos, el
sobre calentamiento de la corteza terrestre por el enfriamiento de su núcleo
y el deterioro del medio ambiente por la mano de los humanos”. Un tiempo de obscuridad para renacer en la Luz, que obligará a
los corazones a voltear al cielo e invocar la Divina Presencia. Muchos, antes
de que se presenten los primeros signos del cambio, ya estarán avisados y
trabajarán arduamente para iluminar al mundo por medio de cadenas de oración,
apunta el iniciado. Adam pregunta: “¿Qué serán esas cadenas?” Oye: Se enlazarán los
pensamientos para pedir Protección y Luz para el planeta, los hombres y el Universo. Muchos escucharán. Pero también serán muchos los que
buscarán su beneficio por el temor de morir y perderse para siempre y tocarán
muchas puertas para saber lo que está sucediendo, pero su escepticismo les
impedirá aceptar la realidad". “¿Cómo se hará esa elección?” Pregunta Merlín. Le responde:
“Cada uno se elige. Habrá quienes enfrenten situaciones terroríficas y
desconocidas por no estar preparados”. A la interrogante de sí Adam vivió esa
angustia, el adepto responde que sí: “Momentos de mucha confusión, sueños
espantosos, de horror, mi niñez fue de constante sobresalto”. Hebert explica la razón: “No había quien te preparara y tendiera la mano sabia para conducirte desde pequeño. Pero ahora podrás ir descubriendo qué es lo que acontece en tu interior y desarrollar las facultades que te fueron legadas por el Padre Creador. Es necesaria siempre la guía de un Maestro honesto para no caer en la confusión y perderse por senderos equivocados”. VII.- La Gran Hermandad Universal IX.-Los
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