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Tomo I
Capítulo Segundo
Por Mario Luis Altuzar Suárez
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La Iniciación Esenia de Hebert
“El ser humano es como un pedazo de
carbón que alberga un diamante”, compara el Maestro Hebert al transmitir
boca-oído la Enseñanza a sus aprendices reunidos esa tarde en la Laguna de
Ordín. Añade: “Es responsabilidad de cada uno, al ejercer su libre albedrío,
dejarlo oculto o pulirlo para que brille.” “¿Cómo hacerlo?”, pregunta Merlín
al Iniciado indogermánico que escudriña cada gesto y palabras en esos jóvenes
sedientos de sabiduría. Responde que el sendero directo es el cultivo de las
virtudes del ser humano, y las enumera: Prudencia, Justicia, Fortaleza,
Templanza, Fe, Esperanza y Caridad. Advierte que se debe atravesar la
tentación de la soberbia, la intolerancia al entorno, el egocentrismo cegador
de la realidad y el autoritarismo encubridor de nuestras insatisfacciones y
que se obnubilan con la máscara del escepticismo producto del dogma incubado
en el conocimiento de los conceptos: “No basta con saber de la existencia de
la virtud. ¡Debe aplicarse en la vida diaria! Es decir, hacerla vida.” Puntualiza que la duda mal
orientada en el ser humano, causa temor y paraliza la acción. La
incertidumbre representa el reto para despejarla y activa la conciencia. Se
acepta, entonces, en forma voluntaria la existencia de una Fuerza Suprema a
la que se puede tocar. Se encuentra el diamante en todo su esplendor. Despide a los aprendices. El
Maestro Hebert cuenta ya con los elementos para evaluar el avance de sus
alumnos que ya dominan las invocaciones y los conjuros con la elaboración de
elíxires y brebajes. Más, la Doctrina Secreta exige otras cualidades
personales para aspirar a la Iniciación en los Augustos Misterios del
Universo. Sentado en el sillón de cuero con
respaldo inclinado, en el pórtico de la vivienda el aire vespertino le
remonta al pasado. Al abrir las puertas del Templo de Luz de los Esenios de
le impuso a un Maestro que durante tres años le condujo por un camino de
observación y silencio. Solamente podía responder preguntas. Lograr que se le considerase como
candidato a la prueba de aceptación requirió disciplina en el trabajo,
lealtad a su mentor y honrar a la Fuerza Suprema del Creador de los
Universos. En otras escuelas iniciáticas posteriores se le denominó Gran
Arquitecto del Universo. Aceptó someterse a pruebas severas, en donde el
valor y la resistencia físicas parecen abandonar al aspirante en su soledad. Cada uno, en forma individual,
era arrancado de la tranquilidad de sus aposentos para conducirlo a un
recinto. Allí, un numeroso grupo de Maestros le sometían a rígidos
interrogatorios. Se les interrumpía antes de concluir la respuesta y se
cuestionaba la veracidad y honestidad del discípulo. En ese ambiente de confusión se
encendía la irritación del postulante, por sentir agresión verbal
ensoberbeciéndolo por las muestras que ya había dado a la Escuela Iniciática
como para padecer un trato duro. Sin embargo, servía para medir la tolerancia
del individuo y sobre todo, su amor a la Enseñanza. A los que lograban superar el
examen se les conducía a un túnel totalmente obscuro. Se les proveía de
vestimenta y una ánfora con agua. “¡Que largas me parecieron esas 72 horas!
Solitario y sin luz, me sentía ciego. La superficie fangosa hacia resbalar,
sin saber en donde caíamos. Un largo camino a tientas”, murmura. Ubicados estratégicamente, se
encontraban ciertos lugares de descanso. “¡Jamás pensé en desertar! Podía
hacerlo, pero... quedaría marcado. Sería el centro de las burlas, en donde,
ni el destierro garantizaría el olvido. Representaba el fracaso, una muerte
civil por la vergüenza”, piensa exaltado. Recupera su aspecto sereno al
reflexionar sobre la interpretación simbólica del momento: Valorar el agua y
comprobar que se puede sobrevivir sin alimento cuando se tiene el líquido
vital, parte importante en la conformación del cuerpo, además de vencer el
miedo a lo desconocido en esa obscuridad profunda. “Tardé un tiempo para darle la
verdadera dimensión a la prueba. ¡Siempre enfrentaremos a las fuerzas
obscuras! Y con la conciencia de servir a la Fuerza Creadora del Universo
podía superar el miedo al reconocer que los Hijos de Dios son depositarios de
su Legado, y nada deben temer”, reafirma en su pensamiento. La entrega y el esfuerzo del
graduante, eran compensado. Pasaban con honores el primer nivel. Se les
proporcionaba agua para bañarse y esencias para perfumarse antes de disfrutar
ricos manjares. “Lo bueno dura poco. Un preludio del descanso por cuarenta
días”, analiza el Maestro indogermánico Hebert. Allí, en la cuarentena, se les
aislaba. No podían ver a nadie. Y el paso lento y largo de las horas,
permitía en un aspirante comprometido, la meditación profunda. No sabían
exactamente en que parte del proceso iniciático se encontraban, por lo que
intuían la necesidad de solicitar a la Fuerza Divina, la entereza y el valor
para continuar sin desmayo. Finalizado el tiempo, llega un
Maestro y le entrega semillas, miel, pan y agua. Lo conducen a la entrada de
un laberinto en penumbra. “Un recorrido de siete días. La única guía eran los
acertijos distribuidos matemáticamente. Descifrarlos requería la agilidad
mental en el razonamiento”, recuerda con entusiasmo. Agudizar los sentidos y
acompañarlos de la templanza y el equilibrio emocional, era indispensable
para poder sobrevivir. Un paso en falso activa las esclusas ocultas para
mostrar fosas hondas de estacas con esqueletos clavados, de aquellos que
equivocaron al tomar apresuradamente la soga que podría salvarlos. Un descuido al apoyarse en la
pared, accionaba un complejo mecanismo de espadas o podía desviarlos a
pasillos angostos con una puerta al vacío o pozos con depredadores. Acertar,
conducía a una pendiente resbaladiza, serpenteante, para alcanzar un frío
recinto sin el menor halago para el recipiendario. “¡Que distinto era ese lugar al
primero! Buscaban el agua para limpiarse y en bandejas rústicas, esperaban el
agua para beber, pan, miel y semillas para comer. ¡Un fuerte impacto! Como si
despreciaran el valor demostrado por el discípulo. Como si minimizaran el
esfuerzo realizado”, piensa con la sensación de revivir ese encuentro. Hebert relaciona la simbología:
“El éxito es temporal y se debe recibir con humildad. Debe observarse que la
fuerza física es innecesaria. ¡La misma inteligencia pierde su importancia!
¿Cómo superó los obstáculos? Con la entrega y el valor a la vida misma del
cuerpo, como un vehículo del alma que busca al Espíritu otorgado por Dios. Además, quedaban encerrados en
penumbras durante tres meses. El principio es básico: El postulante empieza a
comprender en su vivencia, como el alma está encerrada en el espacio y el
tiempo. Una cápsula de obscuridad por la ignorancia del potencial divino del
ser humano. Días y noches sin la guía de
algún Maestro. Sin embargo, no se podía perder el tiempo. Recuerda que buscó
la fortaleza en la sabiduría del silencio y la meditación, que le orientó al
encuentro de su Espíritu. “¡Probar la libertad al desprender el alma del
cuerpo, esa era la señal esperada para que yo pudiese tocar con un mazo el
gong y llamar al Iniciado que pacientemente me esperaba bajo una rígida observación!" Recuerda la siguiente y última
etapa: Lo llevaron a salones muy grandes con hermosos murales con imágenes
que deberían ser interpretados y ofrecer su explicación a los Maestros
Iniciados. “La honestidad del aprendizaje recibido sería comprobada con la
voz del Espíritu que todo lo sabe, por medio de mi boca”, y sonríe. Constató, posteriormente, que
hubo quienes intentaron engañar, una falta de integridad comparable a la
traición. Fueron condenados a muerte en ese mismo momento. En el presente, existen algunas
Escuelas Iniciáticas. Empero están cerradas al mundo. Es casi imposible poder
abrir sus puertas. Una situación que no ha impedido que Grandes Maestros Ascendidos se contacten con el ser humano
para entregar la Enseñanza por medio de la transmisión del pensamiento. Los Contactados son conducidos
con profundo amor al reconocimiento de la misión que deben cumplir al
servicio del Despertar del Espíritu de la Duodécima Raza y deben superar el
desafío de la obscuridad que les tienta con la ambición del poder temporal.
Los que caen, siembran la confusión y buscan la satisfacción banal en la
riqueza terrenal. Puede uno protegerse de falsarios
que ofrecen cursos rápidos y costosos. Debe recordarse que las Escuelas
Iniciáticas entregan la Enseñanza integral, es decir, desde la formación del
adepto en el desarrollo espiritual, la conducción en la gestación de cada uno
de los pasos en la formación del vehículo diamante de luz, la estructura
magnética del aura que debe lograrse para alcanzar la Quinta Esencia,
principal objetivo para el cambio de la humanidad. I.- Los Centros de Poder Energéticos del Hombre III.-El Misterio del Principio de los Tiempos Página
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