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Tomo I
Capítulo Tercero
Por Mario Luis Altuzar Suárez
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La Gran Hermandad Universal La apacible Laguna de Ordín contrasta con el sentimiento
de los adeptos. Están inquietos esta mañana a causa de la ausencia del
Maestro Hebert. ¡Nunca llega tarde y ya han pasado dos horas después de la
cita convenida! ¿Le habrá sucedido algo? Se interrogan unos a otros y se
apresuran a negar con la cabeza ya que saben que un pensamiento en un
Iniciado es un Decreto que debe cumplirse. Se arremolinan en torno de
Merlín, quien acaba de llegar de Avalón más, ¡las interrogantes carecen de
respuestas! El aprendiz se ha dedicado a sus labores de Consejero Real y
esperaba reunirse hoy con su Maestro. Se miran entre ellos y descubren que
desconocen en donde vive el Iniciado indogermánico. Daban por hecho que su residencia
era la misma de Merlín en donde han recibido tradicionalmente la Enseñanza
empero, el Mago les aclara: “Allí vivió mientras yo crecía. Aunque en
realidad, cuando despertaba por las noches, no le veía, sino hasta la mañana
siguiente. Cuando ingresé al servicio del Rey Arturo, se despidió y en
verdad, no sé en donde pueda tener su casa”. Asombrados, aceptan que nadie se
preocupó por saber más de su Maestro. Un ser tan querido y familiar, que
creyeron saberlo todo de él. Lo veían bajar por un sendero de la montaña, tan
fresco y radiante. Esa cara vieja con facciones tan suaves y tiernas como las
de un niño y siempre dispuesto a entregar la Enseñanza del Amor Divino. Adam propone: “¿Y qué esperamos?
¡Vamos a buscarle!” El entusiasmo inicial se suspende ante la interrogante:
¿adónde? Merlín reasume su liderazgo y sugiere que caminen por el mismo
sendero que acostumbra utilizar el Maestro. Con la firmeza en sus espíritus,
los adeptos inician la marcha bajo un cálido sol que besa el follaje verde. Un ambiente agradable con la
alegría en los corazones juveniles al presentir que pueden ser útiles a su
conductor. Repasan los momentos agradables en su compañía y la profundidad de
sus convicciones para orientarles en los Augustos Misterios de la Doctrina
Secreta, con sencillez en las explicaciones que facilitan la comprensión. Inmersos en sus experiencias, no
se percatan que el sendero empieza a obscurecerse, por los árboles altos y lo
espeso de sus follajes. Ernest abandona su tradicional timidez y exclama:
“¡Alto!” Todos voltean a verle y dirigen su mirada a donde señala el aprendiz
con el rostro pálido por el temor. ¿Qué es eso? Al frente, a unos
escasos cien metros, observan una nube de luz blanca y muy brillante que se
expande y se contrae rítmicamente. Los corazones aceleran las palpitaciones y
la adrenalina provoca la sudación en la espalda. Como un solo hombre, los
adeptos temerosos se avientan a la orilla de la vereda y se ocultan. Poco a poco, regresa la
tranquilidad en sus pensamientos al percatarse de que no han sido
descubiertos. Unos proponen regresar, empero, Irvin reacciona con
determinación y sugiere ir a investigar el suceso. ¡Su Maestro puede estar el
peligro! A nada deben temer los hijos del Creador de los Universos, Quien les
protege. “Es cierto. El Padre está en
nosotros y seriamos cobardes si abandonamos a nuestro amado Maestro que,
seguramente, nos necesita”, se dicen para darse valor y proseguir con
precaución ante lo desconocido. Tomados fuertemente de las temblorosas manos
y buscar, la seguridad que requieren en esos instantes. Avanzan. Llegan al límite de un claro en
el bosque y quedan atónitos: ¡Su Maestro está en medio de la nube de luz que
empieza a disiparse! Susurran: "¿Qué es esa luz? ¿De donde sale?"
Lo más importante: "¿Quién es realmente el Maestro?" Es claro que
los adeptos que antes respetaban al indogermánico, ahora le temen y se
esconden para que no les vea. Miran el rostro del Iniciado.
¡Proyecta una paz en esa tonalidad dorada! Toma su báculo y empieza a
caminar. Irvin sugiere permanecer escondidos, no vaya a molestarse porque
fueron a espiarle, aunque saben con certeza que fueron a buscarle porque
estaban muy preocupados por su tardanza y temían por su estado de salud. Desconocen que en realidad,
Hebert había sentido la presencia de sus discípulos, pero finge no haberles
visto para permitir que hagan sus propias deducciones. Escucha los cuchicheos
atrás de los árboles y sonríe. Prosigue su marcha por el sendero que conduce
por el occidente a la Laguna de Ordín. Los adeptos discuten la viabilidad de acercarse a su conductor,
pero se inhiben. Nadie quiere ser el elegido para esa encomienda. El más
indicado es Merlín, por su cercanía con el indogermánico y su posición de
Consejero Real, que garantizaría el aminorar un posible enojo del Iniciado.
Se aprueba la propuesta. Corren para alcanzar al andariego
y a voces, le llaman: “¡Maestro! ¡Maestro! Espere por favor”. Detiene su paso
y gira para ver el trote atropellado de los aprendices. Decide disfrutar el
momento. Rigidiza los músculos del rostro y con voz dura, inquiere: “¿Qué
hacen ustedes aquí?” Los jóvenes quedan en silencio. Las caritas descompuestas hacen
imposible contener la risa. “¡Ah! Mis pequeños. Hebert les recibe en su
corazón. Sean bienvenidos mis Hermanos”. Abre los brazos para cubrirlos con
su manto de amor y comprensión. Atiende las explicaciones apresuradas de los
discípulos, para justificar su presencia en ese lugar. Merlín recupera la confianza y
con ambición de acceder a todo el Conocimiento y Poder, le acosa con
preguntas mediante la lisonja: “Maestro, toda esa luz que vimos a su
alrededor, ¿qué era? ¡Es usted tan grande! ¡Es que usted es grandioso!
¿Verdad que sí, mis Hermanos? ¡El maestro es único y no tiene par en el
mundo!” Hebert ya le conoce. Él lo adoptó
cuando recién nacido, después de la destrucción de su familia para
despojarles de sus propiedades. La falta de los padres no pudo substituirse y
generó sus propios mecanismos de defensa en la ambición. ¡Pero es de buen
corazón! Señala: “¡vamos! Caminemos que ya es tarde”. En el camino expresa: “Cuando
ustedes lleguen a la Iniciación, descubrirán que nunca estarán solos”. Adam
aventura: “¿Nunca, Maestro?” Escucha: “¡Nunca! Hay muchos Iniciados que están
trabajando y aunque no los pueden ver a simple vista, tengan la certeza de
que están trabajando en el mundo para dar la Enseñanza”. Aflora en Merlín el egocentrismo:
“¿Entonces, no somos nosotros los únicos que recibimos esta Enseñanza”, ante
la respuesta negativa insiste: “¿Cómo es posible eso? Nosotros debemos ser
únicos. Somos muy especiales y lo que recibimos no puede darse a todos. ¡Debe
haber una selección!” El Iniciado ríe abiertamente ante
la osadía de Merlín y expresa: “No, mi Hermano Merlín, no son todos los que
reciben la Enseñanza. ¡Ojalá lo fueran! Los demás Iniciados caminan por el
mundo para ayudar y guiar a aquellos que abren su conciencia a los Augustos
Misterios del Universo, y quieren oír y recibir la Enseñanza que se les
ofrece. ¡Ellos son los que se eligen así mismos”. Irvin que se ha caracterizado por
conducirse con amor y aplicación a los principios de la Doctrina Secreta,
pregunta: “Maestro, explíquenos algo más. ¡Nunca hemos conocido su casa! No
sabemos en donde está, con quien vive y quien le apoya. Hoy nos dimos cuenta
de nuestra profunda ignorancia sobre su persona”. El Iniciado sonríe con profunda
ternura ante la preocupación del adepto y le dice que vive en el bosque y
todos en coro exclaman: “¡A la intemperie! No es posible”. Les explica,
entonces, que cuando alcancen los Grados Máximos, verán que esa es su casa,
que el mundo es una casa tan hermosa y protectora amorosa de la vida. Hay inquietud: “¿Y siempre estás
así, solo?” Escuchan que no, que cuenta con la compañía de muchos Hermanos a
lo que inquieren: “¿Cuándo nos los vas a presentar?” Y dice que en su momento
los conocerán. Se hace el silencio. Los adeptos están angustiados y ya no
saben que preguntar ante su conductor que responde con evasivas. Así, con el
signo del mutismo, llegan al lugar de reunión. Hebert dice: “Mis hermanos, ¿se acuerdan
cuando les platiqué del Origen de los Tiempos?” Unos hacen referencia a los
ángeles caídos, otros a los obscuros y algunos a los malvados. El Guía retoma
el discurso: “Pues bien. Se han de acordar que entre ellos había muchos
Guardianes de la Paz de los Universos. Y deben saber que ellos, esos seres de
luz no solamente trabajan para la tierra, sino para todas las galaxias”. Desde el Principio de los
Tiempos, les indica, trabajan para los Universos y forman una Gran Hermandad.
Es la Gran Hermandad Universal encargada de cuidar la armonía de los sistemas
cósmicos y el equilibrio entre los seres libres. “¿Cómo es eso, Maestro? No
entendemos muy bien a lo que te refieres”, expone Ernest. Les pide que tomen asiento y
explica: “Mis Queridos Hermanos, como pueden constatar, los grados de
evolución entre las creaciones del Padre, son diferentes. Los animales no
pueden hablar y solamente se mueven por instinto mientras que los árboles no
pueden moverse y ahí, en donde nacen también crecen y no pueden ir tras su
alimento, tienen que sustentarse en sus raíces para abastecerse”. El ser humano puede caminar,
puede razonar, puede hablar. ¡Es el ser más libre! No está atado al instinto
ni a una sola posición en la tierra, señala y Adam replica: “Entonces, sí es
el ser que goza de mayor libertad ¿por qué nos vigilan?” Menciona el indogermánico:
“Porque al mismo tiempo, es el que se deja gobernar más por los instintos y
las pasiones, y eso conduce a un gran desorden por la ausencia de la armonía
del Amor Divino”. Los indicios en la historia moderna, ubican en 20 mil años
el tiempo en que se perdió ese equilibrio en la tierra. “¿Quiénes integran esa Hermandad?”
Es la pregunta del Consejero Real y la respuesta del Iniciado es: “Con el fin
de obtener la armonía entre los Universos, sobre todo, en estos hermanos
rebeldes que buscan gobernar a través de la destrucción, se conformó una Gran
Hermandad que además de vigilar, ayuda a la evolución humana”. En esta parte del cosmos, se
integra una Gran Triada cuya cúspide es el Consejo de Ancianos, integrado por
seres de muchos Universos a cargo del Gran Custodio que es el Amor de la
Fuerza Universal. Se ubica en Pléyades que se observa como una pequeña
constelación del hemisferio boreal hacia la cabeza de tauro. Del lado izquierdo, se encuentra
la Gran Tribuna o la Gran Junta Kármica, en la Constelación de Orión, en la
zona ecuatorial, integrada por 72 Grandes Maestros encargados del Orden, la
Justicia en el entorno y el Equilibrio del ser humano y que en algunas
tradiciones se ha confundido con la Zona del Juicio de los Muertos. En la constelación del Can Mayor,
al lado derecho de la Gran Triada, se encuentra Sirio que alberga a los
Grandes Maestros encargados de contactar, por medio de la transmisión de
pensamiento, adeptos para entregar la Enseñanza del Despertar del Espíritu
que se entiende como la Fuerza de la Gran Hermandad Universal. Los Ancianos, dice Hebert, se dedican
a trabajar en las Reglas o Leyes Universales para preservar el equilibrio,
los maestros de la Gran Junta Kármica hacen posible ese equilibrio de las
fuerzas positivas y negativas y es aquí en donde se originó la Ley del Karma
como el principio de ese equilibrio. Irvin interroga sobre las
propiedades de esa Ley Universal y escucha: “Sí a tí, mi Hermano, alguien te
avienta una piedra, te enojas y buscas dos piedras para responder porque
demuestras más fuerza. Pero la otra persona buscará lanzar tres piedras y
difícil será que logres aventar al mismo tiempo cuatro piedras y serás
vencido a menos que busques una piedra más grande. Es la destrucción que
busca el poder temporal y el sometimiento de los demás y que representa en
sí, el principio de la guerra”. Por otro lado, si al recibir el
golpe en lugar de responder se hace una profunda reflexión y lo perdonas.
¡Pero lo perdonas de verdad en lo hondo del corazón en donde no quede rastro
alguno de resentimiento, la Ley del Karma hace que el agresor pague al siete
por siete lo que cometió, añade el Iniciado. “¿Cómo es esa fuerza?” Pregunta
Ernest y oye: “Se incrementa por la misma Fuerza de Liberación con que se
generó, la Fuerza del Perdón y por la inercia del regreso”. Duda el
discípulo: “¿Con solo el perdón?” Le dice: “Solamente con el perdón, mi
Hermano. ¡Es una fuerza tan poderosa!” Merlín es más escéptico y
comenta: “Si eso hiciéramos en la guerra, quien sabe si viviríamos para
contarlo”. El Maestro se ríe y reflexiona: “Si eso se hiciera, mi Hermano,
muchos inocentes no morirían pero tristemente, la ambición y el poder son los
que siempre gobiernan y jamás aceptarían esos términos”. La voz de Hebert es intensa:
“¡Han sido muchos siglos que hemos luchado y no hemos logrado que el hombre
haga conciencia! Pero llegará el tiempo en donde el ser humano, desesperado,
desquiciado, sometido por el poder, buscará en su corazón la manera de
liberarse de todas esas ataduras. Primero será con angustia, luego con dolor,
desesperación y al final pedirá perdón”. Irvin se angustia: “¿Cómo podemos
prevenirlo?” La respuesta es dolorosa: “¡Si tan solo nos oyeran, mi Hermano,
seríamos todos dichosos! Pero sometidos por el poder, lo que hacen es
satanizarnos, nos acusan de ser brujos, nos atacan con el desprestigio antes
de analizar lo que se les está indicando. ¡Lo ven tan lejos y tan irreal que
no creen!” Apunta: "Y en el tiempo
final, el hombre permanecerá sordo y ciego. Se inundará el mundo de tanta
maldad y solamente creerán en su ciencia, en su tecnología, en todo lo que
logren inventar. Rechazarán todo lo que pueden lograr con la fuerza del
perdón”. Merlín aventura: “¿Para qué
sirve, entonces, la Gran Hermandad Universal?” La fe de Hebert es
inquebrantable: “Para que estemos allí y trabajemos en la Enseñanza. Para que
invitemos a las personas a sembrar el Amor en su corazón, a desterrar el odio
y el rencor, a manifestarse en su Libre Albedrío”. Se deben romper con los códigos
viejos en donde la vergüenza y el arrepentimiento proporciona una superficial
liberación de la conciencia y preserva la sujeción al poder. En cambio, la
razón es la base de la responsabilidad que conduce a la lealtad, a mantenerse
firme en los actos y corregir los errores. Adam comenta: “Falta poco,
entonces, ya que dices que trabajaremos también nosotros. ¿Y como lo
lograremos?” Hebert mueve la cabeza comprensivo al entender que aún falta
mucho para que se asimile el principio de la reencarnación. No obstante,
adelanta: Los Grandes Maestros y los Maestros
Ascendidos que trabajan en Sirio, según los planes de la Gran Hermandad
Universal en fiel obediencia al Padre Creador de los Universos, se podrá dar
la Enseñanza por medio de la transmisión del pensamiento en algunas personas
que alcancen un grado de evolución que les permitirá abrir los centros de
energía del cuerpo. Advierte los riegos: Habrá muchos
charlatanes que se dirán contactados y dispuestos a conducir a los humanos,
con la intensión de lucrar para burlarse y utilizar a las personas. La forma
de identificarlos es precisamente por esos principios de lucro y ambición de
poder. En cambio, los contactados
verdaderos ofrecerán la Enseñanza limpia, transparente, en donde se buscará
el amor dentro del Ser, la responsabilidad de los actos, la manifestación del
Espíritu. “Será una labor difícil”, anticipa Hebert en ese siglo VI, cuando
les pidió cerrar los ojos, respirar profundamente tres veces y visualizar a
sus seres queridos para pedirles perdón por los actos y omisiones en que
caemos inconscientemente y laceramos nuestra relación. VI.- La Sanación por Imposición de Manos VIII.-La
Manifestación de la Fuerza Divina Página
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