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Tomo I
Capítulo Primero
Por Mario Luis Altuzar Suárez
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La Liberación de Merlín de la
Zona Prohibida
Disciplinado en la obediencia,
Merlín, se aplicaba en sus estudios y con inquietud se preguntaba por qué
tenía que enfrentar a la obscuridad para tocar la luz. Sentía que la
enseñanza que estaba llevando con su Maestro, se complicaba, aunque buscaba
su tranquilidad interna en el profundo amor
profesado a Hebert desde que tenía conciencia. A sus veinte años, se creía un
alquimista consumado. Dominaba las fórmulas para producir un abanico muy
amplio de brebajes con la energía de la fe. Poseedor del secreto de las
cantidades exactas en la mezcla de los elementos y las invocaciones precisas,
¿no eran suficientes? ¿Por qué la insistencia de atravesar a la obscuridad? En realidad, no se había
preocupado de ese principio. Aceptaba la existencia de un Ser Supremo en la
Luz y otro en la Obscuridad. Estaba claro que era imposible rendir un
servicio a los dos al mismo tiempo. Por la Enseñanza y por su propia
consciencia había aceptado entregarse a la Luz. Rechazaba la idea de tener
que llegar a un enfrentamiento. La capacidad del hombre para
engañarse así mismo ¡es tan grande! En sí, Merlín ocultaba cierto temor por
la posibilidad de resultados negativos y su consecuencia inmediata que,
pensaba, sería el alejamiento de su Maestro. Al deambular por la ribera de la
Laguna de Ordín, ensimismado en sus cavilaciones, observa a lo lejos la
figura de un jinete que se aproxima rápidamente. Más cerca, aprecia que es un
Caballero vestido de plata. Desmonta y se echa agua en la nuca mientras la
bestia bebe el líquido cristalino. El Caballero mira con desenfado
el reflejo en el agua de Merlín, quien le saluda: “¿Qué os trae por estos
parajes?” El recién refrescado responde: “¡Un minuto de paz y reposo! Estoy
cansado por lo sinuoso del viaje.” El Mago prosigue el diálogo: “Descansad,
entonces. ¿De dónde venís?” El hombre plateado, ya erguido, dice: “Atravieso
la Zona Prohibida”. El joven aclara que allí no es el
lugar que busca y a la interrogante del viajero se ufana, con escasa modestia
y exceso de vanidad, de conocer el objetivo del jinete quien interroga:
“¿Cómo llegasteis a ella’?” Se turba el Consejero Real. Desconoce a ciencia
cierta como abrir esa puerta. Lo único que acierta a responder
fue la frase de su mentor: “”Con amor y entrega”. El Caballero se exalta:
“¡¿Qué?! ¿Con amor y entrega? Estáis loco de remate. Os burláis de mí. Muchas
veces he amado y me han traicionado. Muchas veces me he entregado y me han
golpeado. ¡Amor y entrega no es la fórmula! ¿Por qué intentáis engañarme?” Merlín lo observa. Siente una
profunda tristeza. El Caballero está irritado y renegaba de la fórmula que a
él le había servido. Toma su cabalgadura y dice: “¡Nos vemos... ingenuo! Voy
a la Zona prohibida y mi espada será mi protectora”. Y desaparece igual que
como había llegado. El alquimista se queda pensando
en ese Caballero de plata, entristecido porque iba lleno de resentimiento a
un lugar en donde el único escudo posible, le dijo su Maestro, es el amor a la
Divina Presencia de Dios. Algo en su interior le mueve a ir a buscarle para
salvarle. Sentado debajo del árbol
preferido, cierra los ojos y en forma inconsciente se desdobla. Empieza a
caminar en la Zona Prohibida, pero... ¡no está el Caballero plateado! Y,
además, el lugar es muy diferente a lo que había visto en ocasiones
anteriores. Está en un lugar muy árido y seco. Recuerda que el miedo podría
destruirle y por ello, se llena de valor y comienza a caminar por el
espantoso lugar desconocido. Su inexperiencia y el escaso conocimiento del
lugar contribuyen para que pise una trampa arenosa por la que se desliza en
un túnel negro. Toca fondo, empero, es muy poco lo que se puede ver en lo
que, seguramente es una cueva. Aquí, Merlín escucha quejidos
lastimeros y al pasar unos segundos, sus ojos se acostumbran a la obscuridad
y percibe a muchos seres atados con grilletes y desnudos, llenos de angustia:
¡Sufren sed, hambre, dolor! Los seres atormentados son atravesados
constantemente por agujas, clavos, los bañan de materia fecal y son
atormentados por animales extraños que absorben su escasa luminosidad. “¿Cómo llegué aquí?” Repite como
el eco, la pregunta en su cerebro. Siente un sudor corporal y empieza a
temblar todo su organismo. Su boca reseca activa el instinto de conservación
y quiere regresar, más, le es imposible. Algo superior a sus fuerzas le
ordena seguir caminando en un lugar de ignominia que amenaza con hacerle
presa del pánico. Aspira profundamente en tres
ocasiones para unificar el cuerpo con el alma y el espíritu. Tiene que
esforzarse mucho para despertar. ¡Por fin, logra abrir los ojos! Lleno de
estupor, se levanta y se dirige inmediatamente a la casa de su Maestro. Lo
llama a gritos: “¡Hebert! ¡Maestro mío! ¡Venid a mí, os necesito!” El mentor abandona sus
actividades y sale presuroso a recibir al joven. “¿Qué os pasa pequeño mío?
¡Calma! Ya todo pasó. Estáis a resguardo”. Escucha la narración de los hechos
recientes. Hebert pasa la mano por su mentón. Esta preocupado: “Merlín, ese
hombre de resentimientos ¡eras tú mismo! Y quedaste atrapado en el Valle del
Embrujo”. Profundiza su explicación: “Cada
vez que haces uso de la hechicería, de la invocación a los seres de la Zona
Prohibida, para someter a una persona, su esencia va a dar a ese lugar. Y tú
caíste por ir sin protección y por tu vanidad de ingresar y salir sin mayores
contratiempos.” El joven muestra mayor
preocupación por los que vio atormentados que por su propio caso. En esta
Zona, oye a su Maestro, existen demonios que son invocados por los brujos
negros. Y ellos, los seres demoniacos, se llevan a esas personas en ánima. Es
peor que una cárcel. “¿No están muertos, Maestro?”
Escucha: “No. No lo están, pero en su cuerpo sienten dolores y enfermedades
que son imposibles de diagnosticar por los médicos, enfrentan contratiempos
en la vida diaria sin explicaciones, accidentes, desviaciones de objetivos,
entre una variedad tan amplia de síntomas.” Hebert interroga: “¿Haz soñado
que te agrede un animal?” La respuesta es rápida: “¡Sí, Maestro! En una
ocasión, un perro negro me perseguía hasta que me alcanzó y me mordió. En
otras ocasiones han sido arañas, serpientes o bichos desconocidos”. El
Maestro no tiene duda: “¡Alguien quiere atraparte, Merlín!” Le toma del brazo
y lo conduce al bosque. En el camino le señala que el
Caballero es la señal de que alguien se siente traicionado y “apoyado en tu
vanidad y falta de atención, te atrapó en la Zona Prohibida”. Recogen bayas
conocidas como de Juan el Conquistador y regresan del bosque a la casa del Iniciado. Tres bayas las hierve. Después
las muele y ordena a Merlín: “El agua en donde hirvieron las bayas, es para
que te enjuagues después del baño y la molienda para que la frotes con
firmeza en el cuerpo y puedas romper el conjuro”. Se repite por nueve veces
consecutivas. Con la profunda fe en su Maestro,
el Aprendiz rechaza cualquier duda y se entrega al trabajo ordenado. Así, el
Mago fue liberado de la Zona Prohibida. Una fórmula sencilla en donde los
Hermanos Elementales acuden al auxilio de los hombres y que tiene vigencia en
nuestro tiempo. VIII.- Riesgos Elevados de la Zona Prohibida X.-La
4ª Dimensión Vive de Incautos Página
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