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Tomo I
Capítulo Primero
Por Mario Luis Altuzar Suárez
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Hermes, el oro del interior
humano
Merlín atendía comprensivo a un
noble empobrecido que exigía el secreto de la transmutación de los metales,
ya que había escuchado que tenía conocimiento de la herencia recibida del
dios egipcio Hermes Trimegisto, para dominar el arte de hacer oro sacándolo
de toda clase de materiales. Con tolerancia, el Mago negó con
prudencia que Hermes fuese un Dios, ya que su mismo nombre significa
“Intérprete” y en algunos casos “Mensajero” de Dios, considerado Tres Veces
Grande por su estatura como por su conocimiento legado a los humanos en más
de treinta mil libros que se le atribuyen sobre la Ciencia Sagrada. La hipérbole de su Enseñanza
tenía, empero, su razón de ser en conducir al descubrimiento del hombre como
principio de toda acción. Dentro de uno mismo se encuentra el punto de origen
de donde parte una energía para provocar el movimiento. Al encontrarlo se
transmuta el individuo en el oro de su propia vida. “Mire, decía el Consejero del Rey
Arturo a su interlocutor, todo lo que existe a su alrededor se mueve, cuando
se encuentra estático es porque la energía interna se encuentra en estado
potencial porque no ha alcanzado la fuerza que le impulse a la acción.” Con el poder de la observación
adquirido en las montañas británicas, sabía Merlín que a primera vista, hay
elementos que parecieran inertes, empero, aun la energía potencial está en
constante movimiento aunque no sea perceptible para los ojos normales, más no
así para los Grandes Maestros Iniciados. De este principio, partió el
Maestro Hermes para legar su enseñanza musical, aritmética, medicinal,
astronómica y la orfebrería. Es la base de las artes y de las ciencias
actuales que cumplen la profecía hermética: “¡Oh, Egipto, Egipto! Un día
vendrá en que en tu Enseñanza no quedará más que fábulas.” Sin embargo, llegará el día en
que el hombre diga: “Yo soy el que es, el que ha sido y el que será. ¡Oh
Dios! ¡Con qué gozo vengo a ti!" Y los Augustos Misterios de la
Naturaleza trasciendan de las Escuelas Iniciáticas llamadas también
esotéricas, para ofrecer el principio de la revalorización humana en la Ley
de la Causa y Efecto. Hay razón. Para llegar a una meta
u objetivo, descubrieron los Grandes Maestros Iniciados que se requiere del
Principio de la Causa por la cual se desea y, lograr el Efecto requiere del
impulso que no es otra cosa que la fuerza de la Fe con la cual se aplica el
interior del ser humano para manifestarse en el entorno. Por ejemplo: El amor es impulsado
por la fuerza de la correspondencia que existe hacia la persona, el efecto
que se obtiene puede observarse en la satisfacción del amor mismo y cuando el
amor no es correspondido, el efecto puede ser la desilusión y hasta el dolor.
En algunas ocasiones, el amor obsesivo lleva al odio y la venganza que son
destructivos. Se toma el amor como Principio de
la Ley de Causa y Efecto porque es el sentimiento que se experimenta con
mayor intensidad en el ser humano y es el que da la sensibilidad a la necesidad
de buscar compañía en un amigo, la pareja, los padres o los hijos. Desde el
principio de los tiempos, su aplicación es general. Parecería, en algunos casos, que
el amor como energía está inerte. Es como si las emociones, en donde se
guarda la alegría o el dolor, la paz o la guerra, estuviese sin movimiento.
Es una apreciación aparente, porque está en forma potencial en espera de que
llegue el impulso que provoque su proyección al exterior de la persona. Merlín advertía sobre el riesgo
de las Emociones Obsesivas, por más buenas que parezcan, ya que representan
un efecto dañino. Explicaba que se acumulan una energía potencial que genera
resentimiento y provoca amargura que alimenta a la envidia y a la apatía
degenerando en la insatisfacción interna con su tendencia a la angustia
irritable. A esta manifestación de los
sentimientos se le llama “karmático”. Universalmente se acepta que el Karma
es la sujeción al encadenamiento del ser humano a las causas o, mejor dicho,
es el Principio en que se genera el resentimiento o la frustración por el
mismo dolor interno y por el desconocimiento para manejar las emociones
propias del individuo. Si el karma es producto de
nuestro interior, se infiere entonces, que no son para resignarse a cargarlos
como un castigo autoimpuesto o divino, sino para romperlos con la reflexión
profunda y provocar el reencuentro del Yo interno, dotado desde la Creación
con el Poder Divino del perdón para consigo mismo y para con los demás. Los Grandes Maestros Iniciados
explicaban que si una persona es rencorosa o resentida, es difícil que
encuentre alegría en su medio ambiente. Sufrir el rechazo o la marginación,
es el efecto de la causa karmática del ser humano. Para aligerar su propia
vida, debe liberarse sin buscar culpables en quienes descargar el
resentimiento y, en cambio, responsabilizarse y comprometerse firmemente al
cambio. Existen otros tipos de karmas:
Los acumulados en vidas anteriores y que se manifiestan en el presente en
donde tenemos la obligación de superarlos. Existen también los karmas
provocados por las fuerzas ocultas, por deseos de venganza o mala voluntad
que se tuvo en otras vidas hacia las demás personas y que por Ley Universal,
simplemente se revierten. Debe reconocerse que la sed de
venganza es insaciable y encamina a los actos negativos, provocando la maldad
por conjuros malignos, sin medir las consecuencias del mismo daño que se
envía a la persona que se ataca. Un mal que se impuso al hombre es la
ignorancia de su Poder del Origen, llamado por deformaciones dogmáticas o
culturales y atribuido como un Poder Divino. Se trata de un karma que va más
allá de los límites del dolor porque lo limita en su reconocimiento de ser
Hijo de Dios. El reencuentro con el Principio
no es tan difícil como se piensa, ni tampoco es propiedad de algunos cuantos
Elegidos. Cada uno de los seres humanos es un Hermes en potencia. Con la
capacidad de observación en el agua, punto de partida del Mandala de Isis y
su Poder de Creación aquí, en la tierra con más de las tres cuartas partes de
su superficie con el líquido vital. Según el Origen de las Especies
de Charles Darwin, es en el mar en donde se originó la vida. Y el humano
puede sobrevivir sin comer un tiempo, siempre y cuando tome agua, parte de su
esencia orgánica. Al desconocer el Hombre ese principio se conduce en forma
mecánica y con profunda irresponsabilidad contamina los ríos y mares, y
además, la desperdicia por la inmensa soberbia de sentirse su dueño. Es un deber, entonces, reconocer
los grandes beneficios que nos otorga el agua y en sincera y honda reflexión,
con un vaso con agua entre nuestras manos, lo acercamos al pecho, cerramos
los ojos y abriendo el corazón, le pedimos perdón al Creador de los Universos
por el perjuicio inconsciente o consciente que le hacemos a un Elemento,
parte de su obra. Valoramos así, el servicio del agua y confirmamos nuestra
disposición de buscar la armonía interna con el Padre Eterno. Es un ejercicio mental en donde
la forma de pensamiento dimensiona la importancia del Elemento, y también se
le pide perdón, como Hermano nuestro que es, ya que somos creaciones del
mismo Padre Universal. Valoramos las bendiciones recibidas y nos dirigimos al
perdón cuando abrimos el corazón a esa Verdad razonable. Posteriormente, ingerimos el agua
y sentiremos en el cuerpo una sensación distinta porque empieza el efecto de
la armonía en el interior. Recordemos que los antiguos
egipcios al Iniciar a un adepto que metía las manos a una piscina llena de
agua del Nilo mezclada con sal, cebada y laurel y al tiempo que se le rociaba
la cabeza, se le decía: "Ojalá pueda esta agua,
símbolo de la pureza, borrar todos los que pueden haber manchado tu carne
devolviéndote tu candor y tu inocencia primitiva, y purificar tu cuerpo así
como la virtud debe purificar tu alma". V.- El Poderoso Enemigo Oculto VII.-Despertar
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