Del Archivo
de Merlín
Por Mario Luis ALTUZAR SUAREZ
*La ambición del Rey Arturo*El Santo Grial y las Cruzadas
L
a nieve hace un panorama encantador en el bosque y el Monasterio natural que presenta hace que las frías mañanas no se perciban, con solo observar el entorno que Dios ha regalado a los ojos de Merlín, en este momento, lo agradece con el alma.Después de haber dejado el Castillo de Avalón, dispuesto a dejar por completo la vida del reino, el Mago toma cuenta que todo es parte de su aprendizaje en la vida y satisfecho se siente por lo que ha vivido: ¡Tiene mucha tarea por cumplir! Enviar y preparar a la Hermandad para preservar los Augustos Principios de la Ley Universal que prefiere a toda costa y evitar cualquier tipo de política o enfrentamiento con las nuevas delegaciones clericales.
Mientras tanto, Arturo empieza a resentir los Convenios con el papado y se encuentra reunido con los Caballeros de la Mesa Redonda, en una franca discusión por los impuestos. Sir Wiliams refiere: "No es posible que exijas tanto para cumplir con los tributos. Mis cosechas no son tan grandes y haz aumentado al doble del diezmo al que habíamos acordado. Y la verdad, no estoy dispuesto a permitir este atropello".
El Monarca le responde: "¡No es al Rey sino por el reino!" El interlocutor abre desmesuradamente los ojos y expresa: "¿El reino? ¿Cuál reino? Antes la riqueza podía disfrutarse junto con el reino, ahora, si nos reunimos, es para lamentarnos de las presiones del clero".
Responde el Rey Arturo: "¡Pero no hubiéramos podido ir en contra de ellos! Además, las dispensas que nos otorgan, y las indulgencias, nos darán vida eterna. ¡Salvamos la vida de los aldeanos y se les respeta en sus creencias! No son molestados ni obligados a recibir la evangelización y el bautismo. ¡Nosotros ya nos bautizamos! ¡Somos reconocidos y respetados por ellos! ¡Y eso debes de valorarlo!"
Con gesto reflexivo, el Caballero dice: "Pues sí, lo valoro. ¡Pero mis enemigos también fueron bautizados! No hicieron ninguna distinción. No nos apoyaron en contra de ellos y sin embargo, te haz dispuesto a ir a sus cruzadas y abandonar al reino, dejándolo en sus manos y que lo gobiernen a su antojo y capricho".
La observación genera la réplica del Monarca. "El que nosotros vayamos a las cruzadas, ¡nos da honor y respeto! Y nos condonan diezmos", el Caballero le interrumpe: "¿A cambio de qué? ¿De nuestras vidas? ¿De nuestros soldados? ¡Esto no era tu pensamiento Arturo! ¡Definitivamente, este no es el Rey de antaño! Ya no eres Rey ¡ahora solamente eres súbdito!"
Un extrañamiento que molesta a su Majestad: "¿Cómo osas hablarme así? ¡Hemos recibido distinciones de Su Santidad el Papa, un ser elegido de Dios! ¡No puedes dudar de él! Tú mismo has escuchado, por los clérigos, ¡las bendiciones que les otorga Dios y el poder! ¡No serían tan poderosos si no los protegiera su Dios! De ahí que sea tan extenso el terreno que dominan".
Añade seguro: "Es un Dios muy poderoso".
El Caballero menciona: "¡Cierto es lo que dices! Pero, cuando les hemos pedido apoyo nos lo han negado con la sorna de que su Dios no desea que luchen entre hermanos". Arturo le especifica: "¡Nos volvemos hermanos al bautizarnos! Es por ello que nos piden evitar la guerra entre nosotros. Es una forma de asegurar la paz".
Le responden: "pero no resuelves las traiciones y hemos sido atacados por nuestros enemigos viéndonos expuestos a perder la vida gracias a que nuestros soldados están en las Cruzadas Cristianas y ahora tú deseas ir a esas cruzadas y abandonar a tu reino. ¿Acaso no tomas en cuenta que tu abandono puede significar la pérdida del mismo reino? Es cuando aprovechan los enemigos para hacer convenios y desposeer al débil y al indefenso. ¡No estoy de acuerdo contigo y no cuentes conmigo ni con mi gente!"
Arturo sabe que no puede obligarlo a seguirle ya que, efectivamente, no era para el reino el salir a las Cruzadas pero para el Monarca es importante: Había ya recibido el Cristianismo, de tal manera que creía en su Dios y en el poder que promulgaban tener debido a la misma fuerza del Imperio Romano aunque disfrazaban la fuerza militar en la doctrina teológica para explicar su inmenso poder.
Un elemento que distorsiona la realidad al grado que Arturo asume que ¡es también su poder!
El Caballero hace una reverencia para despedirse y partir. El resto de los miembros de la Mesa Redonda se encuentran confundidos, porque al igual que Arturo, algunos de ellos han tomado al Cristianismo por fe y dividía el círculo al tiempo de debilitar también, el poder del Rey Arturo.
Sin discutir, escuchan el llamado de las damas para compartir la mesa: "Señores, es tiempo de que convivamos unos momentos en la mesa y con alegría, busquemos la armonía dejando por el momento, aquellas cosas o situaciones que nos alejan". Todos siguen a la voz femenina y olvidan la discusión.
Aunque los Consejeros del Rey, a pesar de haber sido bautizados por conveniencia, francamente rechazan la actitud de su Monarca. Comentan: "Ya no es lo mismo desde que están los romanos. Para cualquier decisión ellos deben de estar presentes. No pueden invocar a sus dioses y tienen que adorar con traición".
Al igual que ellos, otros habían sido también bautizados por conveniencia: Veían una postura distinguida que les daba honorabilidad, indulgencias y la vida eterna que les prometían. Esto último, ¡era algo que les agradaba bastante! El comercio por el cielo era ya un gran negocio del que difícilmente podían sustraerse.
Una de las damas le pregunta al Rey Arturo: "Su Majestad, ¿es cierto lo que se comenta en la Corte? Se dice que vas a partir a las Cruzadas y ha surgido cierta inquietud entre los súbditos por vuestra partida".
Toma una copa y la levanta al decir con voz firme: "¡Brindemos por la cruzada en la búsqueda y rescate del Santo Grial (Cáliz)". A una voz, todos exclama asombrados: "¡Oh!" Y surge un erudito: "Eso es maravilloso. ¡Nadie ha podido encontrarlo! Dicen que se encuentra en manos enemigas en los Bardos".
Hay quien le secunda: "¡Sí, es cierto! Pero también existe la historia de que se encuentra en alguna gruta o caverna misteriosa y que ésta solo aparece o logra verse al Oriente al salir la aurora y se debe de estar atento para poder entrar al momento en que esta caverna se descubre con el sol. Después se pierde en el horizonte".
Tercia un Caballero: "¿Por dónde piensas comenzar tu búsqueda, Arturo?" El Rey se siente extremadamente halagado y para nadie pasa desapercibido el gesto vanidoso que adopta por sentir que su audiencia capta la verdadera importancia y el verdadero valor de lo que considera es la misión de su vida.
Dice: "¡Ah, mis queridos hermanos! He estudiado mucho las versiones de los Cardenales que me han informado detalladamente para que así yo pueda tener una mejor visión del camino que he de seguir. San Pablo regresó a Jerusalén para continuar con su misión al servicio de Dios, después de haber estado en Roma con San Pedro".
Explica que de "ahí dividieron pertenencias de la Iglesia sin que nadie se enterara bajo que acuerdos se adjudicaban los poderes. Las desavenencias les llevó a la ruptura política. Esto pasa, ya saben ustedes, cuando aun no hemos purificado lo suficiente el alma y la avaricia nos envuelve".
Confirma: "A Pablo lo envolvió la avaricia. Y ellos creen que es él el que se quedó el Santo Grial. Después de haber estado en Jerusalén, Pablo partió a Getsemani y de ahí a las montañas. Pero el que establece una Iglesia firme y verdadera es Pedro, en Roma y él cumplía con el ritual de la consagración del pan y el vino y no utilizaba el Santo Grial por lo que se piensa que éste lo llevó consigo Pablo en su peregrinaje cristiano".
Se escucha una voz: "Entonces, ¿Pablo fue un traidor? ¡Traicionó a Pedro! Hay traidores entre ellos". Contesta el Rey: "Eso lo ignoro. Parto en el principio de que si ellos utilizaban esta reliquia para sus ceremonias y cuando se separan no se quedan en Roma, es, simplemente, porque se las llevó Pablo y se encuentran en alguna zona misteriosa de las Montañas".
Tercia otra voz: "¡Pudiera ser una montaña encantada! Debieras, entonces, de pedir ayuda al Mago Merlín, así podrías ir con mayor seguridad y precisión al lugar que él te indicara". Arturo se entusiasma: "¡Es cierto! Merlín puede ayudarme en esto. Mandaré a buscarle lo antes posible".
Terminan la plática: Arturo se siente satisfecho al considerar que su imagen quedó totalmente elevada.
Los mensajeros del Rey tienen una rápida comunicación con Merlín, ya que el Rey Arturo se encuentra urgido de que el Mago se comunique con él. Merlín, que se ha deslindado totalmente de esa vida, se extraña al ver a un mensajero en su búsqueda. Al saber que el Rey Arturo solicita su presencia, no le agrada desde ese momento, presintiendo cosas desagradables.
Piensa: "¡No es buen augurio!" Pero, tampoco puede negarse al llamado del Monarca que sigue siendo el Rey y el Iniciado está a su servicio. Parte de inmediato hacia el Castillo de Avalón. Hace ya tiempo que no había ido al reino y con tristeza observa todo lo cambiado que está. Las personas, cuando le miran, ya no es con el mismo gozo de antes: Agachan la mirada o pretenden ignorarle, pero Merlín le resta importancia y sigue adelante, al encuentro de su amado Rey.
Arturo le recibe efusivo: "¡Merlín! ¡Querido amigo y hermano! ¿Cuánto gusto me da que hayas venido a mi reclamo! ¡Soy un insolente y desconsiderado! Y no tomo en cuenta vuestras múltiples labores, pero es explicable, ya que en este momento requiero de vuestra ayuda y sólo tú tienes el poder para guiarme en esta misión y aventura".
El Iniciado responde con cortesía: "¿En qué puedo servirle a mi Rey?" La respuesta es inmediata: "¡Requiero de inmediato vuestro auxilio! Debéis saber que parto al rescate del Santo Grial!" Merlín le responde: "Ignoro a lo que te refrieres como el que desees mi ayuda para rescatarlo, sabes bien que no salgo nunca del reino".
"¡No! ¡No deseo que vayas conmigo!", le responde al expresar: "¡Necesito únicamente que me digas en dónde está! Es mi deseo que sea yo el elegido para encontrarlo y traerlo". Merlín le mira con desagrado: ¡Que cambiado está su Rey! Ahora es frío y vano. Comenta: "para que yo pueda ayudarte, Arturo, necesito primero me digas qué es el Santo Grial".
El Monarca exclama: ¡Ah! ¡Mi querido Merlín! ¡Es una reliquia sagrada de Dios! Se trata de una copa de oro ¡pero no es cualquier copa! Si no que es la copa en donde Dios derramó su sangre y la convirtió en vino. Fue su última cena y se la dio a los Apóstoles. Pero no es solo eso, ¡sino que es milagrosa y puede rejuvenecer y dar vida eterna!"
Merlín le pregunta: "Ahora entiendo, ¿es por eso que la buscas?" Y con falsa modestia Arturo se justifica: "¡No! ¡No es por eso! Si no que además, esa copa cura a los enfermos. Dicen que nunca se acaba el vino de esa copa y sana a cualquiera. Dime, ¿no es maravilloso el que yo vaya a rescatarla?"
La respuesta es dura: "¡Sólo encontrarás la desgracia!" Arturo se molesta y señala: "No te pregunté cómo me iría en la búsqueda, solo deseo que me digas a dónde está". El Iniciado, dispuesto a enfrentarlo indica: "¿Y por qué no te lo dicen ellos? ¿Acaso su Dios no se lo pueden decir? ¿Por qué he de ser yo, el malo, el mago, el maligno que quieres que te dirija al Cáliz Sagrado? ¿De dónde te nace la idea de que yo puedo guiarte hasta él?"
El Monarca está realmente molesto: "Significa entonces que ¿no me ayudarás?" Le dice: "¡No! No te voy ayudar a buscar tu desgracia". Arturo grita: "¿Cómo te atreves? Te ordeno, te exijo como tu Rey que soy". Merlín dice: "Se encuentra al Oriente, en un desierto, en donde nace la aurora y la Montaña Sagrada se descubre al ojo del águila. ¡Es todo lo que te puedo decir!"
Exclama el Monarca: "¡Perfecto! ¡Excelente! Sabía que me ibas ayudar en esto mi querido Merlín". El Iniciado está muy molesto: ¡Por primera vez en su vida, el Rey Arturo le ha utilizado! Sale de la Corte, una vez cumplido su servicio. Su Majestad no da mayor importancia: ¡Solo piensa en partir a la Montaña Sagrada!
Piensa: "Es un viaje muy largo, pero no importa. Es mi libre albedrío y espontánea voluntad llevarlo a cabo".
Urbin, fiel acompañante de Merlín, prudente, sabe en qué momento acercarse a su Maestro para preguntar lo que no entiende: "¿Qué es el Santo Grial y el Cáliz Sagrado, Maestro?" Y Merlín le responde: "Es el Espíritu Santo".
El adepto frunce el ceño para preguntarle: "¿Entonces, el Espíritu Santo puede estar en una copa de oro?" El Mago le inquiere: "Y tú, ¿cómo sabes eso?" Le confía: "Muchos hablan de ello. ¡Hay muchos que andan atrás de esa copa y no le han encontrado pero sí han enfermado. ¿Por qué pasa eso, Maestro? Dicen que es como si se tratase de una maldición".
Merlín le mira con profundo amor y le explica: "Esa copa es un símbolo de comunión con Dios. El Santo Grial o el Cáliz se lleva en la sangre. Ahí se encuentra: ¡En el Código Divino! Y cuando tomas en él, es en ti la sanación y la vida eterna y sólo el que es limpio y puro de corazón puede encontrarlo".
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