Del Archivo

de Merlín

 


Por Mario Luis ALTUZAR SUAREZ

* La duda alimenta la obscuridad del alma

* El desafío: Dominar la Bestia interna

La pesada obscuridad de la noche acompaña a Merlín en su campamento. Se muestra inquieto y le es difícil conciliar el sueño. Por momentos, su espalda resiente los espasmos del miedo y su corazón da un vuelco violento. Escarba en su memoria sobre las acciones del día para intentar descubrir la razón de la intranquilidad que sufre y le impide dormir.

Nada hay que motive la inquietud del Mago. Las actividades de la Hermandad se desarrollaron con normalidad sin indicios de alarma. Mentaliza, entonces, a cada uno de los Hermanos. Piensa que alguno de ellos lo esté llamando con urgencia por algún extraño motivo. Y tampoco encuentra la razón del desasosiego.

Se levanta de sus aposentos y se sienta en el piso, de frente al Oriente. Aspira profundamente tres veces y empieza los cánticos de apertura de los trabajos. Siente la necesidad de solicitar el auxilio de los Cuatro Vigilantes de los Portales y de los Cuatros Hermanos Elementales. Los invoca en el nombre del Padre Creador de los Universos.

A diferencia de otras ocasiones en que el recinto se llena de Luz, en su meditación Merlín observa únicamente un grueso manto de obscuridad que amenaza con engullirlo. Alcanza a percibir una figura demoniaca que en su gesto aterrador muestra una mueca de burla. Los ojos empiezan a centellear y emite sonidos incomprensibles.

El Iniciado respira con profundidad. Sabe que cualquier pensamiento de duda podría generar temor y angustia, lo que le daría mayor fuerza a esa presencia que le reta. Merlín exclama con voz firme: "¡Nada es más fuerte que mi Dios! ¡Nada es más grande que el Poder del Padre Creador! ¡Con la Fuerza del Amor yo soy en Dios y Dios es en mí!"

La silueta se agiganta ante las palabras del Mago, para intentar sembrar el miedo. Se escucha una voz hueca: "¡Estás perdido, Merlín! ¡Nada hay que pueda salvarte de quedar atrapado en mi poder! ¿Para que resistir? Yo puedo ofrecerte el poder sin mayores esfuerzos, solamente debes aceptar tu obediencia hacia mí y acabarán todos tus pesares".

En un descuido del Mago, siente que le toma de las muñecas para agitarlo como si fuese un muñeco y lo avienta al vacío. No sabe en donde cae pero se duele de la espalda y los brazos. Un instante propicio para que la silueta se transforme en una dulce y sensual mujer y con voz estridente se acerca: "¡Pobrecito mío! Mira lo que sufres sin que nadie acuda a ti".

Se acurruca a un lado del golpeado y extiende su esquelética mano derecha para intentar tomarle de la cabeza y dice: "¡Tan solo has estado, pequeño mío! No tuviste mi amor de madre y así creciste, sin amor de mujer alguna. ¡Pero se acabó! Hoy estoy aquí, a tu lado, para protegerte y darte ese amor de mujer que tanto necesitas para encontrarte y satisfacer tus deseos".

Merlín intenta alejarse pero siente que le abandonan las fuerzas. Levanta las manos para proteger su cabeza y su rostro y siente las uñas frías que penetran su carne. Gime de dolor y es presa del desconcierto. ¿Qué está pasando? No alcanza a comprender su fragilidad y se reseca su garganta al tiempo que empieza a sudar frío.

Las esqueléticas manos levantan su rostro para que observe a una pareja desnuda y poco a poco aparecen otras parejas hasta que varias mujeres se le acercan insinuantes para invitarle a participar en las danzas violentas de lujuria. La silueta femenina se transforma en la figura demoniaca que ríe a carcajadas y le grita: "¡La carne es débil, Merlín! ¡Acéptalo!"

Siente como es arrojado al centro de las figuras provocativas que empiezan a rozar su carne para estremecerlo. Más, Merlín exclama: "¡No es cierto! ¡La carne no es débil! Quién lo acepte así no merece llamarse hombre y solamente es una máquina que responde a sus instintos y a sus bajas pasiones".

Hace un esfuerzo extraordinario para arrodillarse: "¡A mí, Venerables Hermanos Elementales! ¡Venid a mí, Venerables Hermanos que os necesito! ¡Hermanos Elementales, os invoco en este preciso momento!" Por Occidente se observa que llegan presurosas las salamandras, las ondinas, los céfiros y los duendes que forman un círculo para protegerle.

Grita con voz sonora: "¡Hecho de Agua, soy! ¡Hecho de Tierra, soy! ¡Hecho de Viento, soy! ¡Hecho de Fuego, soy! Los Cuatro Hermanos Elementales que al conjuntar nuestras Esencias, nace un Amor nuevo, el Amor del Padre Creador de los Universos que legó así, su Poder Divino en mí. ¡Yo soy Hijo de Dios! ¡Y cómo tal me confirmo!"

Se forma un remolino de Luz azul verdosa que muestra esos cuerpos desnudos llenos de gusanos, como si en un segundo pasaran a la putrefacción y empiezan a estirarse hasta que desaparecen en el centro mismo del torbellino, con gritos lastimeros, maldiciones y sentencias de que regresarán para llevarse al Iniciado.

La esquelética silueta comienza a transformarse en la robusta figura demoniaca que se alza para enfrentar a Merlín: "¡Nada puedes contra mí! Es la hora de mostrar mi poder para que te humilles y me jures obediencia. Tus conjuros son insignificantes", dice al momento de hacer levitar al Mago y arrojarlo por el aire.

Merlín se ha recuperado de la sorpresa y cae de píe. Hace unos movimientos con su mano derecha: "¡En el nombre de Dios mi Padre Bendito, te someto a la Fuerza de la Luz!" y aparece una espada plateada. Emergen de Occidente las figuras de soldados de vestimenta blanca y grandes espadas flamígeras que acuden presurosos al auxilio del Iniciado.

La silueta demoniaca hace un ademán y aparecen figuras monstruosas y viscosas. La batalla se inicia. Las espadas flamígeras lanzan serpenteantes rayos de luz dorada que doblega a los enemigos. El tiempo se ha perdido. Hasta que los soldados de blancas vestimentas empiezan a replegar a los enemigos y los conducen hacia dos inmensas columnas.

De la bóveda celeste desciende un Caballero Negro con una red plateada que tiende sobre los vencidos y los carga para llevárselos mientras los guerreros cantan: "¡A la Gran Tribuna irán para alcanzar su grado de evolución! En nosotros no está el juzgar ni sentenciar, sólo está en nosotros el Amor y el Perdón para sesgar a la obscuridad".

Todo el lugar se llena, entonces, de una brillante Luz blanca. Se despiden de Merlín quién se queda con muchas preguntas. Alcanza a ver a su querido Maestro Hebert, quien amoroso se acerca y abraza al Iniciado: "Mi querido Hermano, yo te saludo en el nombre de Dios mi Padre Bendito. Que la Paz y el Amor sea una manifestación de amor en vuestro corazón".

El Mago siente la ternura de su Maestro y pregunta: "¿Qué sucedió, Venerable Maestro? ¿Por qué fui atacado de esta forma? ¿Existe algún enemigo oculto que me quiera hacer daño?" En el rostro de niño de Hebert aparece una gentil sonrisa y le señala: "¡Ah! Mi pequeño Merlín. No siempre el ataque proviene del exterior. No hay enemigo más peligroso que el interior".

Prosigue: "Recuerda Merlín que mientras más se avanza en la Enseñanza, más estrecho es el camino en donde debe dominarse la dualidad del alma y que por la tradición o el entorno, oculta celosamente ese lado obscuro que espera el momento preciso para aparecer y crear la realidad virtual de las tentaciones con el objetivo de hacerte renunciar a tus votos y juramentos".

Merlín balbucea: "¿Esa bestia tan horrible, se encuentra dentro de mí? ¡Maestro, si me aplico a la Enseñanza y constantemente estoy en oración que me confirma al servicio de Dios! ¿Cómo puedo albergar semejante obscuridad? ¿Será acaso que no avancé nada en la Enseñanza? ¿Ha sido inútil todo mi esfuerzo? ¡Ahora, hasta perseguido soy!"

Hebert le mira comprensivo y mueve negativamente la cabeza: "¡Ah! Mi pequeño. Veo que aun te domina la soberbia y no te deja escuchar. Abre tu corazón para que le des el verdadero valor a las cosas y no te precipites en juicios de falsa humildad. Te dije bien que entre más se avanza en la Enseñanza, más estrecho es el camino y más fácil es perderse".

El indogermánico le explica: "En los momentos en que sufrimos algún pesar, como es el caso tuyo y de la Hermandad que es perseguida por los ambiciosos del poder terrenal y el oficio de tinieblas, se presenta la coyuntura para que penetre la obscuridad y alimente el lado obscuro del alma que se manifiesta en diferentes maneras".

Merlín ataja a su Maestro: "Pero yo no tengo miedo alguno y sé que la adversidad será vencida ya que Dios está con nosotros". Hebert concede: "Cierto es lo que dice mi querido Hermano. Pero si no tienes miedo por ti ¿no será acaso que en algún instante pienses en el destino que tendrán los demás Hermanos, principalmente los más pequeños, si algo llega a fallar?"

Reflexiona el Mago y acepta: "En algún momento sí he llegado a pensar sobre la suerte de mis Hermanos ya que yo tengo el poder suficiente para protegerme". El Maestro le pregunta: "¿Es por la suerte de tus Hermanos y no por la tuya?" La respuesta es rápida: "¡Así es, Maestro! Yo ya estoy preparado para enfrentar cualquier contingencia".

Hebert le comenta: "Si has pensado en la suerte que pueden correr los demás Hermanos, concedes entonces que algo puede fallar y ser encontrados por los perseguidores. ¿No es esto la duda?" Merlín se sorprende y mueve la cabeza afirmativamente al escuchar: "La duda, mi querido Hermano, por más insignificante que la consideremos ¡debilita la Fe!"

Señala que al debilitarse la Fe "abrimos un espacio para que penetre la obscuridad y alimente el lado negro del alma, para sembrar la angustia, el temor que se encubre en la soberbia de creer que uno está protegido y que el miedo es por los demás. La Fe, mi querido Hermano, no acepta regateo alguno. Se tiene o no se tiene Fe en la protección de Dios".

Se despide de Merlín quien reflexiona: "Cierto es que nada es antes ni después de lo que el Padre Creador lo tiene previsto. En tus manos me acojo Padre Eterno, no con resignación, sino con la seguridad y la confianza de que Tú estás en mí desde el Principio de los Tiempos. ¡Soy tu Hijo, Señor. Y con humildad aprendo la lección y agradezco tus gracias y bendiciones".

Aspira profundamente para cerrar los trabajos y al abrir los ojos observa que los Hermanos se encuentran a su lado en respetuosa oración, ya que al escuchar el estruendo de la batalla, acudieron inmediatamente al apoyo de su Guía y Conductor. Merlín sonríe y les dice: "¡Gracias doy al Padre Creador por haberme dado la oportunidad de estar entre ustedes".

Concluye: "Ahora entiendo que siempre seré el Eterno Aprendiz". Todos se toman de las manos y hacen una invocación de unidad para disponerse a iniciar sus actividades cotidianas, al ver que el sol empieza a salir por el Oriente. "¡Venerable Maestro! Todos estamos dispuestos para preservar los Augustos Misterios de nuestra Enseñanza".


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